1 Corintios 11:19 “Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados”.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
Explorando el propósito de las adversidades encontramos en este texto la palabra disensiones, que también se traduce como desunión, partidismo, herejías y sectas. Todo esto se encontraba en las reuniones de la iglesia de Corinto, y en este capítulo, Pablo aclara que no toda reunión, aunque haya comida, puede ser llamada la cena del Señor.
Cuando nos reunimos por nuestra iniciativa y por nuestra cuenta, es normal que la acción se desarrolle en torno a los diferentes grupos, y que cada uno quiera hacer de sí mismo el centro de atención. La cena del Señor es distinta, no la hacemos porque nosotros queremos o nos la inventamos, sino que vamos en respuesta a un pedido del Señor. “Háganlo en memoria de mí”. Es un acto de adoración que se trata de él y que lo exalta a él, no a nosotros.
Es notorio cuando una reunión es motivada por la voluntad humana, porque cada uno actúa según sus propios deseos: el hambre, la ansiedad, el descontrol, el deseo de ser los primeros (1 Corintios 11:21). Y pide a los corintios que si van a actuar de esa manera, no utilicen el marco de la iglesia como excusa. “¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada?” (verso 22).
Así como comer primero y embriagarse, crear disensión, partidismo o grupos aislados dentro de la iglesia son actos de menosprecio. Es agradable tener un grupo de amigos. Pero al cerrar ese grupo, al darle prioridad por sobre la comunión integral con los santos, estamos dejando fuera a los demás, la iglesia de Dios.
El apóstol no se muestra sorprendido, antes dice que es necesario que esto ocurra, porque en estas situaciones no solo se dan a conocer las conductas problemáticas, sino las personas capaces de resistir la prueba, aquilatadas y aprobadas por Dios.
Eso no significa que haya que pasar por alto la disensión. Una iglesia fragmentada no soportará la adversidad. Cuando hay grietas, un poco de presión basta para que las cosas se rompan. Pablo exhorta a los corintios de esta manera: “Esperaos unos a otros” (1 Corintios 11:33). ¿Pero a quién le gusta esperar? Todos justificamos nuestra falta de paciencia porque nos gusta que las cosas se hagan a nuestra manera. “Yo no tengo que esperar, es el otro el que tiene que correr y alcanzarme, si es que puede”, parecemos decir.
Pues bien, la paciencia es un fruto del Espíritu, y no está ahí por decoración ni como una materia optativa. Es una de las cualidades de Dios, si él no tuviera paciencia con nosotros, desataría su ira en cuanto hacemos algo que le ofende. Sin la paciencia divina, estaríamos perdidos. Y sin la paciencia como fruto del Espíritu, seguiremos desatando nuestro disgusto cuando los demás no hagan lo que esperamos.
Por amor a Dios, esperémonos unos a otros y dejemos de amar tan celosamente tener el primer lugar, tener la atención, tener la razón. Pensémonos como un cuerpo, el cuerpo de Cristo, la iglesia de Dios. Tenemos que avanzar juntos, vamos hacia un mismo destino. Nadie puede quedarse atrás. Manifestémonos en tiempos de adversidad como aquellos aprobados por Dios, que trabajan por la unidad, que dan a Jesús la preeminencia y que aman lo que él ama: su iglesia.