1 Corintios 12: 9. A otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu.
La fe como don espiritual, no tiene que ver con la fe salvadora, en otras palabras, se trata de emprender cosas para Dios creyendo que el futuro está en manos de Dios, tal como lo podemos ver en Hebreos 11: 29 cuando dice que por fe pasaron el mar rojo caminando como si estuvieran en camino de tierra seca.
Es la fe, que nos lleva a confiar firmes y sin importar la montaña o el obstáculo que tengamos al frente; ahora bien, usted podría pensar, “bueno todos en la iglesia debemos tener este don de fe” porque todos confiamos que Dios obrará en lo que pedimos.
Para ilustrar este punto, en una película llamada “Harriet” ambientada en la época de la esclavitud de los Estados Unidos, la protagonista era una creyente; el personaje vivía este don de forma extraordinaria, sin importar las limitaciones que se presentaban; en una escena de noche, cuando no había camino que transitar sólo tenía un rio al frente (ella no sabía nadar) y orando lo cruzó, caminando todo el trayecto sin que el agua le subiese al rostro. Esta clase de fe es el resultado de poder depositarnos en las manos de Dios y esperar que Él obre a nuestro favor.
Por otro lado, nos encontramos con el don de poder sanar enfermedades, el mismo se entiende como la acción de Dios concedida, dónde y cuándo Él lo quiere; no solo se trata de sanidades físicas, también incluye una sanidad mental o espiritual. Con respecto a ello, el don no obra según la opinión o capricho de quien lo porta; debemos comprender que ambos dones (fe y sanidad) dependen totalmente del plan de Dios y no de la persona que lo posee.