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1 Corintios 1:2 “A la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”.

Por: Daniel Mora Jiménez

Ciertamente por medio del sacrificio de Cristo en la cruz hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y la muerte, por lo cual, Pablo detalla que la paga del pecado es muerte, pero existe una dádiva que es obtenida por medio de la unión que el creyente tiene con Cristo, este regalo que nos habla Pablo en su carta a los Romanos, es la vida eterna. Al creer en la obra redentora de Cristo, somos llevados de un estado de muerte a un estado de vida, por lo cual, esta nueva vida es distinguida por la Santidad. 

Muchas personas tienen miedo cuando se habla de la palabra santidad, otros prefieren no mencionarla, puesto que esta palabra lleva consigo un ideal de perfección. He sido parte de conversaciones, en las que algunas personas me han dicho que prefieren no ser cristianas, porque ellos saben que no van a poder dejar sus pecados y por ello no podrían cumplir las demandas de una religión, pero esto no es un pensamiento correcto. En primer lugar, pensar así es una auto condenación que una persona está realizando, la biblia dice “aquel que no cree ya ha sido condenado” (Juan 3:18), por otro lado, esta perspectiva es muestra de un total desconocimiento de la obra de Dios en la vida de aquel que pone su fe en Cristo.

La santidad no es un “acto inmediato”, sino que es progresivo en la vida del hombre que ha creído en Jesús como su Señor; es una obra llevada a cabo por medio del Espíritu Santo, pero también el hombre no es pasivo en este proceso, puesto que es necesario que aquel que ha sido llamado a santidad, entregue cada día su vida a Dios y rinda cada área de su vida; a fin de que cada día se refleje en él la imagen de Cristo. En cuanto a esto, Pablo exclamó con gran convicción diciendo “ya no vivo yo, más Cristo vive en mí”.

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