1 Corintios 12:13 Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres. A todos se nos dio a beber del mismo Espíritu.
Escrito Por Dayse Villegas Zambrano
¿Qué nos une como cuerpo de Cristo? ¿Cómo hace Dios para mantenernos a todos, con lo diferentes que somos, en un mismo sitio, con una misma visión y con un mismo destino?
Este cuerpo que pertenece a Cristo está vivificado o animado por el Espíritu Santo. El espíritu que nos bautizó en Pentecostés, y nos hizo nacer como iglesia. No como muchas iglesias fraccionadas, sino como un solo cuerpo, la iglesia.
Nosotros, igual que los primeros cristianos, al ser muchos, nos congregamos en iglesias locales. Pero nunca debemos perder la visión de que somos parte de un solo cuerpo que será levantado un día por el Señor. Somos la iglesia. Allí están los creyentes judíos y los creyentes de toda otra nacionalidad. Están los creyentes que cuentan con todos sus derechos humanos y los que han sido privados de ellos. Dios no miró diferencias. A todos, dice el apóstol Pablo, nos dio de beber del mismo Espíritu.
Nuestras diferencias deberían embellecernos, pues al ver nuestra unidad en la variedad, el mundo debería maravillarse, como ocurrió en el capítulo 2 de Hechos, cuando el Espíritu repartió diferentes lenguas entre los discípulos y todos los que los escuchaban podían entenderlos cada uno en su idioma.
Pero nuestras diferencias se ahondan y nos afean porque no estamos bebiendo gustosamente del Espíritu. No estamos buscando esa llenura (él es el poderoso unificador de la iglesia), no estamos buscándolo en oración, no estamos buscándolo en ayuno, no lo buscamos en la meditación de las escrituras, no lo buscamos en adoración. Cuando decaemos en esta búsqueda, las diferencias que deberían enriquecernos se convierten en pobreza.
Muchos creyentes dicen desear más de sus iglesias locales. Mejores planes, más actividades, más emoción, más demostraciones de afecto, más actualización. Están sedientos, deseando que se les dé de beber, cuando tienen a su disposición el agua de vida, el Espíritu de vida.
Eso no pueden dárnoslo otros creyentes ni aunque sean líderes. Se nos da de beber a todos del cielo. Como cuerpo, en unidad, como iglesia, debemos buscar ser llenos del Espíritu. Si usted no está en esa búsqueda, no piense que no pasa nada y que no afecta a nadie. Está afectando a la iglesia a la que pertenece, al cuerpo de Cristo. Su crecimiento personal es el de todos nosotros. Lo necesitamos a usted, saludable, fortalecido y victorioso. Y si piensa que no puede, ¡apóyese en la iglesia! Estamos todos juntos en una misma búsqueda.