1 Corintios 12:24-25 Pero así formó Dios el cuerpo, dando mayor honra a la parte que carecía de ella, a fin de que en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan el mismo cuidado unos por otros.
Escrito Por Dayse Villegas Zambrano
¿Por qué hay miembros más débiles en la iglesia? ¿Por qué lo permite Dios, en vez de hacernos crecer a todos al mismo ritmo y con la misma fuerza y madurez y firmeza? ¿Se lo ha preguntado?
Si Dios hiciera de nosotros un grupo que crece uniforme, seríamos como un sembrío, o tal vez como un ejército, del que se espera resultados homogéneos después de una temporada espera o de entrenamiento. Y el que no esté listo, queda descartado.
Pero en vez de eso, Dios nos convirtió en un cuerpo en el que cada miembro crece a un ritmo distinto y de formas distintas. Y esto también tiene su propósito.
“Para que en el cuerpo no haya división”. Para que en el cuerpo no haya competencia. La vida cristiana no es una carrera a ver quién llega primero y deja atrás al resto. Es una carrera en la cual queremos llegar todos. Se nos encoge el corazón al pensar en que alguno de nosotros se quede sin llegar a la meta. Nos apoyamos, nos animamos, nos damos el brazo, levantamos al que se cae, cargamos al que ya no puede más.
“Para que tengamos el mismo cuidado unos por otros”. O lo que es lo mismo: para que aprendamos a tenernos amor. Cuando estoy débil, otro me ama y me sostiene, me fortalece y me espera con paciencia hasta que salga del mal momento. Cuando otro es débil, es mi turno de mostrarle el mismo amor que he recibido. No lo pongo en evidencia y en burla, sino que lo cubro, lo protejo, lo amparo mientras llega el tiempo de su fortalecimiento. Porque entiendo que necesito que crezca, para mi salud y la de toda la iglesia. Nuevamente, nos conmueve pensar que a través de la debilidad de unos Dios trata la debilidad de otros, que podría ser la falta de amor.
Recuerdo que en 1 Corintios 11:33, al hablar de la cena del Señor, el apóstol Pablo concluye diciendo: Esperaos unos a otros. Cuatro palabras que son una máxima cristiana. En este mundo acelerado, impaciente, exigente y despiadado, la paciencia, el esperarnos unos a otros es una muestra de amor inusitado, pues damos de algo que nadie quiere dar: nuestro tiempo, y mientras esperamos que el otro crezca, crecemos también en amor.