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1  Juan 2:6 “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

Cuando Jesús fue llevado por el Espíritu de Dios al desierto, el diablo quiso tomar el control. Manipular a Jesús a su antojo. Lo llevó al pináculo del templo de Jerusalén. Esto es enojoso (por el atrevimiento), pero nos da mucho en que pensar. El diablo no dudó en poner al Hijo de Dios en una situación de peligro y desafiarlo, por tanto, recuerde siempre, que el diablo no dudará en hacer lo mismo con cualquiera de nosotros.

Pero cuando se trata de Jesús, la palabra hace la diferencia. “Si eres Hijo de Dios, échate abajo”. A cuántas personas el diablo ha matado hablándoles de esta manera. Hay testimonios de personas exitosas, artistas, deportistas, celebridades, que estando en la cúspide de sus carreras, han estado literalmente en un lugar alto y, sintiéndose solas y no amadas, han escuchado esa misma frase. “Échate abajo”. Sabiendo que no tenían posibilidad de sobrevivir, esta ha sido la gran solución que les ha ofrecido el diablo para terminar con su sufrimiento. 

A Jesús le ofreció una versión alterada. “A sus ángeles mandará acerca de ti. Si eres Hijo de Dios”. El diablo no respetó la divinidad de Jesús ni su espiritualidad ni su profunda relación con Dios. ¿A qué no se atreverá con cada uno de nosotros?. El diablo usó la palabra para tentar a Jesús, quien no solo conoce la Palabra de Dios, sino que es él mismo el cumplimiento de ella. Él es el Verbo, la palabra creadora de Dios, la palabra hecha persona humana. ¿Cómo pensó el diablo que podía triunfar? Sin embargo, lo intentó. Siempre que pueda hacer el mal, él lo intentará. 

No podemos dar lucha espiritual con un conocimiento superficial de la Palabra de Dios. Seríamos derrotados enseguida. Jesús nos hace ver que la interpretación correcta de la Escritura proviene de conocerla, meditarla y cumplirla. No fue al desierto armado con un grupo de pasajes bíblicos aprendidos para la ocasión. Fue al desierto como había vivido toda su vida, llevado por el Espíritu de Dios. La victoria para el cristiano, no es un golpe de suerte, es un estilo de vida que aprendemos de Jesús. 

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