1 Pedro 1:15-16 Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.
Escrito Por Dayse Villegas Zambrano
Aquí está otro aspecto del crecimiento al que diversos grupos en las iglesias temen: la santidad. ¿Y qué es la santidad, ese atributo comunicable de Dios, y sobre todo, cómo se consigue?
El apóstol Pedro nos dice que la santidad empieza por la obediencia, por no conformarnos a nuestros propios deseos, sino cambiarlos por los deseos de Dios. Entonces la santidad es una renuncia que no nos deja con las manos vacías. Es un intercambio que hacemos en la total confianza de que todo lo que Dios desea para nosotros y de nosotros es lo mejor.
La santidad también es conocimiento, dejar atrás nuestra ignorancia de Dios y pasar a entenderlo, lo cual, dice Pedro, es un ejercicio, una tarea, una obra de sobriedad. En otras palabras, para conocer a Dios hay que ponerse en la actitud de un estudiante serio, que quiere aprobar.
La santidad es un crecimiento tanto personal como congregacional, lo somos en lo privado y también en lo público. “Sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”.
La santidad es mirarnos en el espejo de Dios todos los días. “Sed santos como yo soy santo”. El modelo lo da Dios. No hay cómo inventarse formas de ser santos a nuestra manera. No puedo inventarme nuevos estándares de santidad dependiendo de mi edad, mi cultura, mi condición socioeconómica o mis gustos. La santidad no es una tradición ni una virtud que adquiriremos recién cuando seamos ancianos ni una masilla para moldear como nos parezca. Es un atributo eterno de Dios, no cambia. Es lo que siempre ha sido y siempre será. Cada día que vivimos es una oportunidad de crecer en santidad: una iglesia que busca la voluntad de Dios, que busca conocer a Dios y que busca ser a la semejanza de Dios.