1 Pedro 1:22  “Puesto que en obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor sincero de hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro”.

Por:  Daniel Mora Jiménez 

Nuestra obediencia a Dios, no es una muestra de opresión de un ser superior que impone sus caprichos sobre su creación, al contrario es una muestra del gran amor de nuestro Dios a sus hijos, puesto que Él conoce lo que es bueno para nosotros  Él tiene planes de bien para con nosotros, por lo tanto el ha detallado la forma cómo debemos conducirnos ante Él, por ello cada vez que nos desviamos de ese camino Él tiene que darnos un llamado de atención. 

Su Palabra dice que el padre que corrige a su hijo es porque le ama, por ende, las aflicciones que vivamos son el gran megáfono de Dios para que nos demos cuenta el error que estamos cometiendo, esto vemos reflejado en el Salmo 119:71 el cual señala que “Me hizo bien haber sido afligido, porque así pude aprender tus estatutos”.

Por otro lado, es necesario entender que en nuestra naturaleza pecaminosa no somos prontos a la obediencia, pues si nuestra sociedad fuera obediente no hubiera necesidad de leyes sancionatorias ante el incumplimiento de una norma, pero nuestro Dios demuestra su amor que no nos deja desamparados ante la realidad de nuestra dificultad de ser obedientes, pues nos ha dejado al Paracleto, al Espíritu Santo, el cual nos ayuda a vencer todo deseo de pecado y a ser obedientes. 

Dios nos expresa su amor en cada instante de nuestras vidas, es así que aún su corrección es muestra de ello, por lo tanto, nosotros debemos ser recíprocos a ese amor por medio de nuestra obediencia a su Palabra; pero no todo queda en una muestra de amor hacia Dios puesto que también demostramos nuestro amor a Él por medio del amor que entreguemos a nuestros hermanos en la fe, un amor puro y sin fingimiento.