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1 Pedro 1:3-5 “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero”

Por: Nelly Jácome de Pérez 

La palabra griega para “esperanza” en el pasaje significa “una expectativa ferviente y confiada”. Esta esperanza del creyente no sólo es “viva” sino que también es “vivaz”. A diferencia de la esperanza vacía y muerta de este mundo, esta “esperanza viva” es vigorosa, viva y activa en el alma del creyente. Es expectante y continua. Nuestra esperanza viva se origina en un Salvador vivo y resucitado. La esperanza viva de Pedro es Jesucristo.

El hijo de Dios, el que nace en la familia de Dios, es descrito como alguien que tiene una esperanza viva. Si bien todos los hombres tienen algún tipo de esperanza, muchos se han engañado a sí mismos con una esperanza de su propia creación que es vacía, falsa y muerta. 

En marcado contraste, la esperanza viva de la que habla Pedro se basa en las promesas y el poder de Dios. Es más que una simple ilusión. Es una esperanza basada en la evidencia externa: la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. El punto culminante de la obra redentora de Cristo es su resurrección de entre los muertos, porque demostró que él es, en verdad, el Hijo de Dios, y que la eficacia de su muerte sacrificial es suficiente propiciación por nuestros pecados. 

Nadie tiene vida espiritual aparte de la justificación. Y nadie es justificado sino por el perdón del pecado, que se encuentra únicamente mediante la fe en Jesucristo, quien fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25).

La esperanza viva del creyente es sólida y segura: “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Hebreos 6:19-20). Jesucristo es nuestro Salvador, nuestra salvación, nuestra esperanza viva, Amén. 

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