1 Pedro 1:7-9 Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas.
Escrito Por Dayse Villegas Zambrano
Estando cerca del final de nuestro mes de devocionales, abramos hoy nuestra mente a otra posibilidad de seguir creciendo como cuerpo de Cristo. Crezcamos en fe.
¿Cómo se logra esto? Si la fe es la certeza de algo que todavía no llega y la convicción de algo que todavía no podemos ver, entonces lo que tiene que ser puesto a prueba es esa seguridad. ¿Está usted confiando totalmente en Jesús? La respuesta es más que decir sí, la respuesta es poner a prueba la fe, que no es palabras o una virtud invisible, la fe es tangible y se evidencia a través de nuestras obras. Esas obras tienen que ser probadas, como el oro, con fuego.
Uno de los sinónimos de prueba en el Nuevo Testamento es el fuego.Se piensa que el fuego es solo equivalente del castigo y del infierno. Así será, en el día del juicio. Pero aquí y ahora, cuando el fuego de la prueba viene a una persona que tiene fe en Cristo, no la daña, sino que la purifica y la moldea hasta dejar sus obras más hermosas y resistentes que antes. Si las obras de su fe han sido hechas en obediencia y fidelidad, serán como el oro y las piedras preciosas, y permanecerán (2 Corintios 3:12-15). Pero si han sido hechas con displicencia o en desobediencia, se quemarán y él quedará sin nada, y tendrá que empezar de nuevo.
La prueba, aunque se siente como fuego y nos atemoriza porque amenaza con consumir la obra a la que hemos dedicado nuestro amor y nuestras fuerzas, es un mecanismo de crecimiento, no material, sino espiritual, un crecimiento en calidad y en valor, un refinamiento que reduce la hojarasca, lo que abulta pero no vale, y deja las joyas, lo precioso, lo verdaderamente valioso en nuestras vidas.
Hay un fenómeno en la iglesias. El creyente de paja. Es el que no quiere crecer mucho, no quiere hacer mucho, no quiere comprometerse mucho, no porque no tenga talento o no tenga tiempo o las otras excusas que solemos dar, sino porque tiene miedo. Teme que llegue la temporada de prueba. Entonces, da lo mínimo, y se retira rápidamente, no vaya a ser que lo alcance una chispa. Pero recordemos: “Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”.
La hora de la prueba es inevitable. Enfrentemos con valor la próxima temporada de prueba; no le tengamos miedo al fuego. Enfrentémoslo como los tres jóvenes en el horno de Babilonia que se pasearon con Dios en medio de las llamas. Pidamos al Señor sabiduría para ver cómo nuestra obra es refinada y aquilatada, y saldremos de allí más ricos que antes.