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1 Reyes 9:3 “Y le dijo Jehová: Yo he oído tu oración y tu ruego que has hecho en mi presencia. Yo he santificado esta casa que tú has edificado, para poner mi nombre en ella para siempre; y en ella estarán mis ojos y mi corazón todos los días”.

Escrito Por: Nelly Jácome de Pérez

Que maravilloso debió haber sido para Salomón oír de parte de Dios la respuesta a su oración, parece ser que esta respuesta se dio a través de un sueño. No es la forma en que Dios contesta a Salomón lo que más llama la atención, sino el tiempo y la respuesta de Dios a esa oración. Dice Dios: “Yo he oído tu oración”. La verdadera dimensión de nuestra oración solo es evidenciada si Dios en el cielo la contesta.

¿Cuál era esa oración?. Pues, una hecha hace tiempo atrás, cuando se inauguró el templo, aproximadamente unos doce años desde esa oración. ¡Doce años para contestar la oración!. Pues sí, Dios es soberano, él sabe cuándo, cómo y dónde contestar oraciones, es una de sus especialidades, contestar toda oración. 

La respuesta de Dios a la oración previa de Salomón tenía una gran condición. Si Salomón andaba delante de Dios en obediencia y fidelidad, podía esperar la bendición en su reinado y en el reinado de sus descendientes, y la dinastía de David duraría para siempre.

Aunque a veces percibamos que Dios no oye, él siempre responderá la oración sincera de sus hijos. Dios es soberano, siempre responderá de la mejor manera y en el momento más adecuado.  Para recibir de Dios algunas respuestas afirmativas a nuestras oraciones, en ocasiones debemos cumplir la parte que nos corresponde: fidelidad y obediencia, lo mismo que pidió a Salomón. Muchos de nuestros sufrimientos son causados por el pecado, si esa es su condición, ore con arrepentimiento para obtener perdón por sus pecados, a fin de traer salvación y sanidad a su espíritu. 

El edificio fue la obra de Salomón, hecha con el poder y la inspiración del Señor. La consagración del edificio fue la obra de Dios. Salomón podía construir un edificio, pero únicamente Dios lo podía santificar. El ahora santifica nuestras vidas, por el poder del Espíritu Santo que opera en nuestras vidas justificadas y regeneradas y nos hace embajadores de su gracia, Amén.

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