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1 Samuel 1:26 “Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí”.

Por: Nelly Jácome de Pérez

Ana no tenía hijos, su nombre se enlisto a las mujeres estériles de la Biblia. Para una mujer en el contexto judío donde Ana vivía el no tener hijos era como una maldición de Dios. Imagínese que difícil para Ana esta prueba. Ella se sentía probablemente rechazada por Dios y por otras personas en su tiempo. Tal vez se sentía sola, abandonada por Dios, sufriendo. Tal vez así nos hemos sentido nosotros cuando tenemos un problema de salud o un problema en la familia o un problema financiero, o un problema con los hijos, o en el matrimonio, rechazados y abandonados por Dios. Sin embargo, en la condición en que se encontraba Ana, se levantó, tomó fuerzas en el Señor y no se dejó vencer por el problema, o por la dificultad. Su fe la llevo a clamar con perseverancia a Dios, se subió a las alas de la oración, que es el único camino transitable para superar un problema de ese tamaño, dice la Palabra que oró a Jehová “con amargura de alma y llorando abundantemente” diciendo: “Jehová de los Ejércitos, si te dignares mirar la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza (1 Samuel 1:10-11). La palabra de esta justa no cayó al suelo, sino que llegó al mismo trono de Dios, y encontró respuesta a su petición. Samuel fue ese niño, que luego se convirtió en un profeta, para ministrar en la presencia de Jehová cuando no había visión en aquellos días, y la Palabra de Jehová escaseaba. 

Necesitamos en estos últimos tiempos, de hombres y mujeres de fe, que perseveren en orar para triunfar. Aquella situación que está atravesando no es imposible para nuestro Dios Todopoderoso. Oremos por nuestras vidas, matrimonio, hijos, el mundo, Israel, nuestro país, ciudad, la iglesia, hermanos de la fe, sabiendo que el guarda a sus santos y sus rostros no serán avergonzados.

Seamos agradecidos a nuestro Adonay cuando esa respuesta tan anhelada se haga realidad por su soberana gracia y oremos como Ana diciendo:  “Mi corazón se regocija en Jehová, Mi poder se exalta en Jehová; Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos, Por cuanto me alegré en tu salvación. No hay santo como Jehová; Porque no hay ninguno fuera de ti, Y no hay refugio como el Dios nuestro. No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones. Los arcos de los fuertes fueron quebrados, Y los débiles se ciñeron de poder. Los saciados se alquilaron por pan, Y los hambrientos dejaron de tener hambre; Hasta la estéril ha dado a luz siete, Y la que tenía muchos hijos languidece. Jehová mata, y él da vida; El hace descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él enriquece; Abate, y enaltece. El levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor…” (1 Samuel 2: 1-10).

Definitivamente, la oración puede cambiar el rumbo de todas las cosas negativas en positivas, la escasez por abundancia, la enfermedad por la salud, el malestar por bienestar, la pobreza por el progreso y crecimiento en tu vida. Ora fervientemente, en el nombre de Jesús, y él complacerá las peticiones de tu corazón, como lo hizo con Ana, mujer justa, de oración y fe.

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