1 Tesalonicenses 4 1-3 Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más. Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; pues la voluntad de Dios es vuestra santificación.
Escrito Por: Marianella Layana de Jácome
El crecimiento del cuerpo humano tiene un límite, se alcanza la estatura definitiva entre los 17 y 20 años, luego de eso ya no hay esperanza de crecer; todo lo contrario ocurre con nuestro Espíritu, pues su crecimiento no tiene límite.
Podemos tener más de 20, 30 o 40 años de vida cristiana, pero debemos reconocer que ninguno puede decir que ha llegado a un momento en su vida espiritual en el que no puede crecer o mejorar más, creyendo que ha alcanzado una vida perfecta.
Hay una constante invitación de parte de Dios para crecer en todo aquello que es virtud, en todo lo bueno, en todo lo que honra a Dios.
La santidad es otra marca distintiva del creyente, del verdadero hijo de Dios. Por lo tanto, la Iglesia que está en un proceso de crecimiento y madurez constante entiende la importancia de la Santidad.
Es la voluntad de Dios la santidad en nuestras vidas ha sido desde la eternidad su deseo de tener un pueblo separado del resto de las naciones, y hoy la iglesia de Cristo es ese pueblo llamado por Dios.
La santificación es una virtud en la que debemos seguir creciendo día a día, no es fácil, pero debemos sujetarnos del poder que nos ha sido dado a través del Espíritu Santo de Dios. Nunca debemos pensar que estamos bien y que no necesitamos más: Así que el que piensa estar firme mire que no caiga (1Corintios 10:12). El creyente que se considera justo o perfecto le espera una gran caída.
Por eso es necesario entender que el crecimiento y la madurez van tomados de la mano con la humildad, reconocer que sin Dios no tenemos valor alguno, que si nos hemos mantenido firmes es por el amor, fidelidad y misericordia de nuestro Dios.
Somos llamados a representar al Señor con una vida distinta que se evidencia en nuestra forma de vivir cada día. Pablo exhorta a distinguirnos del resto de las personas, hemos sido llamados a ser luz del mundo. Esto lo podemos lograr al crecer en santidad y en amor.