1 Timoteo 1:14 “Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
En Juan 5 vemos el gran contraste de la gracia antes y después de Jesús. No es que antes de él no existiera favor de Dios en la tierra, es solo que él abrió totalmente esa puerta, trajo bendición en abundancia.
En Betesda, una multitud de enfermos esperaba un milagro, que un ángel descendiera a remover el agua de un estanque en un tiempo no especificado, para que solo uno de ellos, el más rápido en meterse al agua, pudiera ser sanado. Ellos estaban perseverando, pero sin resultados, hasta que llegó Jesús e hizo gracia.
El paralítico llevaba 38 años deseando su oportunidad, tratando de llegar al agua por sus propios medios, porque no tenía quien lo llevara. Jesús, consciente de la enfermedad y del tiempo de postración del hombre, le pregunta ‘¿Quieres ser sano?’. Y nos deja ver cómo es la gracia. ‘¿La deseas? Yo la traigo, puedes tomarla. Levántate, toma tu lecho y anda’. Todo lo que hace falta es la presencia de Jesús.
En la misma lectura, vemos lo opuesto de la gracia en la mezquindad de los grupos judíos enemistados con Jesús. ¿Por qué va a ser sanado un hombre sin que ellos tengan el control de la narración? ¿Por qué va a ser alguien libre de carga sin que ellos dicten los términos? ‘No te es lícito. No te lo permitimos. No puedes llevar una nueva vida sin formalizar con nosotros’.
La gracia no pasa por los controles humanos ni religiosos. Mientras el Señor quiera, la gracia fluye, la gracia es. En este mes, detengámonos para agradecer a Dios porque en un mundo lleno de necesidad, Jesús nos vio, identificó nuestro mal, se acercó a nosotros y sin más trámites nos dio su gracia.