2 Corintios 7:1 “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.
Por: Nelly Jácome de Pérez
En este breve, pero poderoso versículo, el apóstol Pablo nos llama a vivir de acuerdo con nuestra nueva identidad en Cristo. Es un recordatorio profundo de la santidad y la pureza que Dios desea para Sus hijos. Pablo insta a los creyentes a purificar sus vidas y alejarse de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu. Este llamado no es solo para una época antigua, sino que es completamente relevante para nosotros hoy en día, en un mundo que nos ofrece constantes tentaciones y distracciones.
Somos llamados a tomar en serio el compromiso de vivir como hijos de Dios, reflejando Su carácter y Su santidad en todas nuestras acciones, pensamientos y relaciones. En un contexto cristiano, la santidad es más que un mandato; es una invitación a vivir en la plenitud de la vida que Dios tiene para nosotros.
La santidad no es una opción. Al aceptar el sacrificio de Cristo y la gracia de Dios, somos llamados a reflejar esa pureza en nuestras vidas. La «contaminación de la carne y del espíritu» se refiere a las influencias y prácticas impías que pueden afectar nuestra relación con Dios, tanto en lo físico (nuestras acciones) como en lo espiritual (nuestras actitudes y pensamientos).
Hoy, el mundo nos ofrece diversas distracciones que pueden afectar nuestra integridad cristiana. La santidad, sin embargo, requiere una limpieza intencional, un proceso de apartarnos de lo que no refleja a Cristo en nosotros. Esto incluye no solo evitar el pecado visible, sino también purificar nuestros pensamientos y emociones, La santidad es un proceso continuo que implica tanto la acción como la disposición de nuestro corazón. Pidamos en oración a nuestro buen Dios para que nos guíe a vivir en santidad, manteniendo nuestros corazones alineados a su voluntad, Amén.