2 Pedro 3:9 “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.
Por: Nelly Jácome de Pérez
En el pasaje de hoy, vemos que los cielos y la tierra serán sacudidos. Todo será destruido —quemado, para ser exacto. Afortunadamente, tenemos la promesa de que Dios creará cielos y tierra nuevos, pero mientras tanto nuestro mundo estará sometido a una gran agitación.
La inestabilidad puede crear sentimientos de inseguridad y temor, a menos que nos centremos en verdades. La Biblia se refiere a Jesús como una roca y un fundamento firme (1 Co 3.10, 11; Ef 2.20). Sabemos que Dios es inmutable y soberano; nada puede desestabilizarlo ni alterarlo. Su Palabra es verdad, y durará para siempre.
Como hijos de Dios, redimidos por la sangre de Jesús, nuestra relación eterna con Dios está segura. Hemos sido adoptados como hijos suyos, y nada puede quitarnos esta posición. Es más, tenemos la seguridad de un hogar eterno con Él (Juan 14:1-6). Aunque es posible que a veces nos sintamos inquietos, podemos alegrarnos cuando las pruebas nos llevan humildemente a la cruz de Jesús; allí encontraremos paz y seguridad verdaderas.
¡Qué seguridad tan grande tenemos como hijos de Dios! Podemos descansar en paz y plena confianza, sabiendo que nuestros corazones están seguros en Jesucristo. El rey David dijo: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Sal 16.8).
Señor Jesús, que pueda siempre mantenerme firme, confiando en Tu poder, y sabiendo que en todo momento voy de Tu mano amorosa por los caminos de bien que tienes para mí. Que mi fe y cuidado en buscar los asuntos de tu reino sean mi horizonte y brújula para llegar ante tu presencia con regocijo, lo pido en el nombre de Jesús, Amén.