Génesis 35:19
Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
En adelante, la historia de Jacob se compone de pérdidas. La primera es la de Raquel, su esposa más querida, por la que había trabajado un total de catorce años.
La segunda es la de su hijo mayor, Rubén, quien pierde su lugar de privilegio en la familia por acostarse con la mujer de su padre. (Otros dos de sus hijos mayores tampoco son candidatos a esa dignidad por su carácter violento que Jacob reprueba).
La tercera es la de su padre, a quien no había visto por la mayor parte de su vida adulta. Apenas llega a ver a Isaac, cuando este muere.
La cuarta es la de su hijo favorito, José, a quien sus otros hijos venden y le reportan como muerto, despedazado por una fiera. El hijo por el que vivió enlutado casi hasta el final de su vida.
¿Cuál historia de crecimiento? En especial si uno la compara con la prosperidad de Esaú, el hermano mayor a quien Génesis le dedica todo el capítulo 36, citando a sus hijos, nietos y demás descendientes, que formaron el reino de Edom.
¿Cuál historia de crecimiento? El hijo al que corresponde ahora el primer lugar, Judá, pierde a sus dos hijos mayores y evita que el tercero se case.
El número de la familia no está en peligro, después de todo, Jacob tiene doce hijos. Pero el crecimiento no es solo un número. Si le preguntáramos a Jacob por el propósito y la visión de Betel, lloraría (Gn. 37:35). La familia no parece ir en camino a formar naciones ni reyes.
La visión de crecimiento no depende de nosotros o de nuestra interpretación de éxitos y pérdidas. La visión depende de Dios. Dios vio a José, y José compartió esa visión en sueños. Dios eligió a Judá a pesar de su falta de visión, y le dio dos hijos más, y a través de uno de ellos abrió una brecha en la familia de Jacob, un camino de naciones y reyes, hasta llegar a Jesús. Dios es un visionario. ¿Por qué no usted también?