Hechos 5: 3-5: Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? Y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró.
Escrito Por: Marianella Layana de Jácome
Todos conocemos este sorprendente relato en la palabra de Dios: cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y se quedó secretamente con una porción del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo solo una parte, la puso a los pies de los apóstoles.
Imagínese la reacción de Ananías cuando Pedro lo confronta, seguramente Dios le dio a Pedro conocimiento sobre lo que esta pareja había hecho. Tal vez Ananías pensó que sería alabado o felicitado por su acción, pero en vez de esto fue regañado públicamente, estaba lleno de deseo de vanagloriarse por su supuesta generosidad y Dios le envió como castigo la muerte inmediatamente. Después de unas horas entra Safira delante de Pedro, con el mismo engaño, recibiendo la misma sentencia que su esposo.
Él quería que todos lo consideraran espiritual porque lo había dado todo cuando no lo había hecho en realidad. El proceder de Ananías no se aparta de nuestra realidad actual, su conducta tristemente es muy imitada por muchos creyentes hoy en día.
Cuantos creyentes se jactan de haber leído la biblia entera más de 3 veces, queriendo dar la impresión de que son personas estudiosas de la palabra, otras se jactan de que son personas de oración, otros se llenan de vanidad por el ministerio que está a su cargo atribuyendo los logros solo a su esfuerzo y dedicación, otros son generosos falsamente que diezman u ofrendan sin dar lo que realmente corresponden o mucho peor con un corazón no agradable delante de Dios.
La iglesia hoy en día se administra de forma diferente a esos tiempos, porque estoy segura de que si estuviéramos en los tiempos de la conformación de la iglesia con los primeros creyentes muchos hombres y mujeres recibirían el castigo de Dios en medio del culto o de algún programa especial en la Iglesia.
Se imaginan la reacción de Pedro y de los demás creyentes cuando Ananías cayó y expiró, cuanto temor debió haber producido ese acontecimiento, más, sin embargo, la iglesia crecía más y más y nuevos creyentes eran añadidos cada día.
El orgullo, la raíz de todos los pecados, acabó con la vida de esta pareja, el orgullo es lo que destruye más rápidamente a la Iglesia que cualquier otro pecado. Debemos desechar de nuestra vida este diabólico sentimiento que nos impide crecer como congregación, que nos limita como la Iglesia de Cristo que somos, que nos impide estar como esa novia radiante y pura que espera por su esposo.