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Filipenses 2:3 “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.”

Escrito Por: Ericka Herrera de Avendaño.

En la epístola a los Filipenses, el apóstol Pablo nos presenta un desafío claro y profundo: no hacer nada por contienda o vanagloria, sino vivir en humildad y estimar a los demás como superiores a nosotros mismos. Estas palabras nos invitan a examinar nuestra actitud y a seguir el camino de la humildad en nuestras interacciones diarias.

La contienda y la vanagloria son manifestaciones del orgullo humano que buscan destacarse y buscar reconocimiento personal. Sin embargo, el llamado de Dios es diferente. Él nos invita a abandonar el egoísmo y a buscar el bienestar de los demás. Esto implica renunciar a la competencia y a la necesidad de ser el centro de atención, y en su lugar, vivir con humildad y considerar a los demás como más importantes que nosotros mismos.

La humildad nos libera del peso de la autocomplacencia y nos permite valorar y apreciar a los demás. Cuando estimamos a los demás como superiores a nosotros mismos, reconocemos su dignidad y valor intrínseco como seres humanos creados a imagen de Dios. Esta actitud nos ayuda a tratar a los demás con respeto, a escuchar con atención y a aprender de sus perspectivas y experiencias.

Vivir en humildad no significa menospreciarnos a nosotros mismos, sino tener una visión saludable de quiénes somos ante Dios y los demás. Es reconocer que todos tenemos fortalezas y debilidades, y que dependemos de la gracia de Dios para crecer y servir. La humildad nos capacita para trabajar en equipo, para reconocer los dones y talentos de los demás, y para celebrar su éxito sin envidias, ni resentimientos.

Hoy, le invito a examinar su corazón y sus acciones. ¿Está buscando la contienda y la vanagloria en sus relaciones, o está siguiendo el camino de la humildad? ¿Está dispuesto a estimar a los demás como superiores a usted mismo y a valorar su bienestar?

Oremos para que el Espíritu Santo nos transforme y nos capacite para vivir en humildad. Que aprendamos a renunciar a la contienda y a la vanagloria, y a abrazar el camino de la humildad en nuestras relaciones. Que nuestras palabras y acciones reflejen un corazón dispuesto a servir y a considerar a los demás como más importantes que nosotros mismos. Que la humildad sea una marca distintiva de nuestra fe y un testimonio del amor y la gracia de Dios en nosotros.

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