1 Juan 1:14 “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Es enero, y para muchos de nosotros, la Navidad no ha terminado. Permanece en nuestra mente el agradable recordatorio del Hijo de Dios que vino como un niño. Para hacerlo, pasó sus primeros días en un lugar de extrema pobreza, un pesebre, lejos de casa.
¿Por qué no vemos esto como algo triste? Porque es un recuerdo de la gracia de Dios. El Hijo, en una presentación tan humilde, llegó a nosotros despojado de riquezas celestiales, pero lleno del lujo de la gracia. Había fragancia de Dios en él. Por eso lo señaló la estrella, lo reconocieron los ángeles, lo contemplaron los pastores, lo adoraron los magos. Ninguno lo compadeció o se lamentó.
Por ser Jesús lleno de gracia desde su nacimiento, por convocar adoradores en el cielo y en la tierra, lo envidió Herodes y envió a matarlo. Porque la gracia es una manifestación del poder y la presencia de Dios entre nosotros. Unos corren a ella, atraídos por su belleza. Otros le temen y la rechazan.
Usted, como creyente en Jesús, tiene derecho a aspirar siempre a la gracia, y no a un ligero baño de ella, sino a estar lleno. Un creyente vive al alcance de la gracia, a la distancia de una oración. Un creyente puede aspirar a ser también un canal de gracia para otros. En este mes, perseveraremos en entender lo que la gracia es y en engrandecer la idea que tenemos de ella y el lugar que tiene en nuestras vidas.