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Mateo 4:7 “Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”.

Por:  Dayse Villegas Zambrano

Cuando Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, él mostró sólida lealtad a Dios y no admitió contra él ninguna duda ni le atribuyó ningún despropósito. A pesar de que lo había llevado a estar en el desierto en un ayuno de cuarenta días, para luego ser tentado por el diablo. 

¿Qué sentiría usted de estar pasando una prueba como esa? El antiguo pueblo de Israel lo sintió como un atentado (Éxodo 17:3). “¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?”. Por eso ese lugar fue llamado Meriba o Rencilla. Los hebreos estuvieron en el desierto cuarenta años, y gran parte de ese tiempo lo pasaron murmurando contra Dios y contra Moisés, dudando de sus planes y mirando a otros dioses. Un pueblo que rechazaba su gran destino.

Israel no solo estuvo tentado. También tentó (puso en duda) el carácter fiel y benigno de Dios, y probó sus límites. Pero Dios no desistió de su pacto y persistió en hacer de Israel una nación, porque se lo había prometido a Abraham (Salmos 105:42). “Porque se acordó de su santa palabra dada a Abraham su siervo”. 

En medio de nuestros propios roces con la tentación, miremos el ejemplo de Jesús y detengámonos de renegar de Dios y de aquellos a quienes él usa para guiarnos. No maldigamos tampoco de nuestro destino ni de nuestra vida. No dudemos de los planes de Dios para nosotros.  Al contrario, como Jesús, perseveremos en darle honra a Dios aún delante de sus enemigos, en medio de las más difíciles circunstancias, en plena lucha con la tentación. “Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios” (Lucas 12:8). 

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