Mateo 8:19-20 “Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
¿Qué se necesita para ser un buen discípulo? Al compartir el evangelio, descubriremos que muchas personas tienen la intención de seguir a Jesús de una manera idealista y fervorosa, más o menos impulsiva, o tal vez solo con efusividad de palabra, como el escriba de esta historia. Nuestro deber es, como hizo Jesús, decirles la verdad.
El discipulado es una vida en la cual, al seguir al maestro, iremos por donde él nos lleve, y esto significa caminos que a veces pueden ser llanos y a la sombra, con paradas para comer y apreciar el paisaje, y otras veces serán cuesta arriba o lluviosos y llenos de piedras o desérticos y soleados.
No porque el camino resulte incómodo se habrá terminado el discipulado. Jesús sí habló de un costo para sus discípulos. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mateo 16:24). No es que tengamos que pagar un precio por la salvación, pero sí tendremos que esforzarnos para permanecer junto a él mientras somos transformados a su semejanza. En el discipulado, el atractivo del viaje no está en lo bonito que es el camino, sino en lo gloriosa que es la compañía.
Después de todo, en Salmos 23, a más de delicados pastos y aguas de reposo, mesas llenas y copas rebosantes, también hay un valle de sombra de muerte, pero la promesa es: “No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Como discípulos, todos hemos pasado horas de oscuridad. Si hemos salido a la luz, es porque el maestro estaba con nosotros. Y esto es lo que un nuevo discípulo nos agradecerá que le enseñemos. A que nuestro refugio no es una guarida enterrada en el suelo ni un nido levantado en un árbol, sino la compañía del Hijo de Dios.