Mateo 8:23-24 “Y entrando él en la barca, sus discípulos le siguieron. Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
¿Es usted un discípulo con poder? Hemos dicho que lo dulce de este viaje con Jesús está en la compañía. En ir donde él va. Su presencia hace que hasta el más oscuro lugar sea el sitio más seguro donde podríamos estar. En este caso, los discípulos se adentraron en el lago con Jesús y se enfrentaron junto con él a la tempestad.
Pero mientras ellos se angustiaban, él dormía. ¿Si el maestro descansa, significa que yo puedo descansar también? ¿O que tengo que quedarme despierto para cuidarlo? El equilibrio de la vida cristiana se aprende con el tiempo y con la cercanía a Jesús. Cuando el maestro me pida que sirva y vele, lo haré. Y cuando me dé la señal de que descanse en él y confíe, también.
Los discípulos eligieron un tercer camino: lo despertaron para que él los cuidara. El mismo relato en Marcos 4 los muestra diciendo: ‘Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?’. Algo así como: ‘¡Maestro, no nos estás cuidando bien! Tenemos que despertarte’. Algo que un discípulo necesita aprender cuanto antes es a confiar en el maestro. El maestro ora, yo oro. El maestro padece, yo padezco con él. El maestro es exaltado, yo me alegro. El maestro sale victorioso, yo venzo con él. El maestro descansa, yo descanso. Mi destino está unido al de él.
Entrar en desesperación, creyendo que nuestro destino es diferente al de Jesús, que él va a salvarse tranquilamente mientras nosotros nos hundimos, no corresponde a la fe. Jesús lo notó enseguida. ‘¿Por qué teméis, hombres de poca fe?’. Un discípulo sin fe no le hace honor a su maestro. Un discípulo que vive con miedo no puede discipular a otros.
La vida de los apóstoles nos muestra que ellos pudieron testificar sin miedo una vez que recibieron poder del Espíritu Santo. Esta es la señal que caracteriza al discípulo.