Hebreos 13:16 Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Una de las funciones de los viajes del apóstol Pablo era el de llevar ofrendas de una iglesia a otra. Las comunidades más prósperas enviaban recursos a las más necesitadas.
Él les enseñó a los discípulos a compartir a pesar de la distancia (Romanos 15:26).
Él les enseñó a programar esta ayuda y a estar preparados para no tener que improvisar cuando hiciera falta (1 Corintios 16:2).
Les enseñó a dar conforme a sus fuerzas y más allá de sus fuerzas, viendo como privilegio el poder servir a los santos (2 Corintios 8:3-4).
Les enseñó que la abundancia de uno debe suplir la escasez del otro, en un modelo de igualdad (2 Corintios 8:14).
Les mostró que los administradores de los donativos no deben ser censurados por nadie, sino actuar honradamente delante del Señor y delante de los hombres (2 Corintios 8:20-21).
Y también que la ofrenda para los hermanos se da por generosidad y no por exigencia (2 Corintios 9:5) y que esa generosidad será recompensada (2 Corintios 9:6), y por tanto se debe dar con alegría (2 Corintios 9:7) en imitación de la liberalidad del Señor (2 Corintios 9:9).
¿Cuáles de estas enseñanzas estamos aplicando en nuestra práctica de dar? Las personas más satisfechas dan abundantemente, y no se sienten despojadas. “Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia” (2 Corintios 9:10).