Éxodo 30:35-36 “Y harás de ello un perfume, un perfume aromático, según el arte del perfumista, bien mezclado, puro y santo. Y molerás parte de él muy fino, y lo pondrás delante del testimonio en el tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti; os será cosa santísima”.
Por: Marianella Layana de Jácome
Cada año el Sacerdote que entraba al lugar santo se encontraba con la fragancia del perfume que ardía en el Altar, esta fragancia llenaba todo el lugar impregnando su olor en el Sacerdote.
Dios le dio a Moisés una receta, una fórmula magistral, tan equilibrada y pura: una mezcla de especias aromáticas para preparar un perfume. Pero este no era cualquier perfume. Era un aroma reservado exclusivamente para Él. Dios fue claro: “No harás otro como este para ti mismo”. Nos hemos preguntado ¿Por qué tanta precisión? ¿Por qué tanto celo?
Una fragancia que no podía ser duplicada, ni usada con fines personales ni compartida con nadie más. Era únicamente para Dios.
Esa es la forma en la que El busca que le glorifiquemos y adoremos. Observemos que dice en el v 35 “Puro y Santo”, eso significa que lo que Dios desea es que nuestra adoraciòn sea: exclusiva, pura, separada. Dios nos llama a ofrecerle algo que no se ofrece a nadie más: un corazón completamente rendido, una vida entregada en su totalidad, por quien Él es y no solo por lo que nos puede dar.
El perfume usado en el tabernáculo era un simbolismo de Cristo, de su vida y su obra caracterizada por la perfección, pureza y gracia ante Dios. La verdadera adoración no depende del lugar ni de las circunstancias. Es una respuesta del espíritu a la divinidad de nuestro Dios. Esa es la fragancia que solo Él merece percibir. ¿Estoy ofreciendo a Dios una adoración fragante, exclusiva, santa y pura?.