Isaías 43:7:” Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice”.
Por: Marianella Layana de Jácome
Este versículo nos recuerda algo muy importante: nuestro valor no está en lo que tenemos, ni en lo que hemos logrado, ni en quiénes nos rodean. Nuestra verdadera identidad y propósito vienen de Dios. Él nos creó con un objetivo: que nuestras vidas lo glorifiquen a Él.
Todo lo bueno que tenemos es un regalo es por gracia. Sin Cristo, no somos nada. Todo lo que somos y lo que alcanzamos es resultado del poder, el amor y la misericordia de Dios. Por eso, cada oportunidad, cada paso que damos, debe ser usado para honrarlo y glorificarlo
Tal vez sea algo sorprendente, pero hasta en los mínimos detalles glorificamos a Dios, con nuestras actitudes, siendo amables, misericordiosos con el prójimo, pasando tiempo en su Palabra, agradeciéndole por su fidelidad, tomando decisiones que reflejen su voluntad, obedeciéndole o simplemente adorándolo con sinceridad.
Si hay algo que está estorbando nuestra relación con Dios, es momento de abrir nuestro corazón y entendimiento. Pidámosle que nos muestre qué cosas debemos soltar o cambiar para estar más cerca de Él.
Dios nos ha dado su Espíritu Santo para ayudarnos a distinguir lo que es bueno, lo que nos edifica y lo que glorifica a nuestro Padre.
Pensemos en lo grande que es Dios y dejemos que eso nos motive a vivir de forma diferente, buscando siempre agradarlo. Es tiempo de vivir como verdaderos adoradores, con una vida entregada a Él. No estamos solos: el Espíritu Santo vive en nosotros y nos fortalece.