Juan 15:5 “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.”
Por: Marianella Layana de Jácome
Un árbol aislado es más vulnerable a factores ambientales que un árbol plantado dentro de un bosque. La falta de conexión con otros árboles y la exposición directa a condiciones climáticas extremas y plagas, lo hacen más propenso a sufrir daños y a tener dificultades para sobrevivir. Lo mismo ocurre con el Creyente. Desconectarnos de la congregación nos debilita, así como una rama cortada se seca.
Cristo fue claro: una rama separada de la vid está destinada a secarse. No da fruto, no sirve, y finalmente se pierde. Así también es la vida del creyente que ha dejado de permanecer en Cristo, se vuelve estéril, seca e inútil para glorificar a Dios. En Cristo sí podemos dar fruto y fruto abundante. Pero eso no sucede automáticamente, el cristiano necesita una conexión constante con Jesús para vivir espiritualmente y dar fruto.
¿Cómo permanecemos en Él? ¿Cómo mantenemos viva esa conexión que produce fruto? Permaneciendo en oración, en su Palabra, permaneciendo en comunión con su cuerpo que es la Iglesia. No somos islas, no estamos llamados a caminar solos. El cuerpo de Cristo que es la Iglesia es parte esencial del crecimiento espiritual.
El fruto que glorifica a Dios es el que viene de una vida conectada a Jesús. Él es quien guía, fortalece y renueva. Sin Él, por más que lo intentemos no lograremos nada que realmente glorifique a Dios. Sin Cristo nada podemos hacer. Pero con Él, podemos dar fruto abundante, y nuestra vida será para la gloria de Dios.