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Juan 12:1-8 “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio; y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume”.

Por: Marianella Layana de Jácome

¿Cuántos de nosotros hemos tenido alguna vez la oportunidad de comprarnos un perfume de buena calidad? ¿Y qué es lo que hacemos? Lo escondemos, lo guardamos como un tesoro, lo usamos solo en ocasiones especiales. Pero este pasaje nos muestra a una mujer que tenía algo muy valioso… y decidió derramarlo sin reservas.

Jesucristo estaba en casa de Marta, María y Lázaro. Todos estaban llenos de gratitud: Jesús había resucitado a Lázaro, y ahora Él estaba allí, sentado a la mesa con ellos. Marta, como de costumbre, estaba ocupada sirviendo. Pero María era distinta. Ella sabía cuál era su prioridad.

María hizo algo extraordinario. Tomó un frasco de perfume de nardo puro, un perfume carísimo, y sin pensarlo, lo derramó sobre los pies de Jesús. Luego, en un acto de humildad y entrega, secó sus pies con su propio cabello. Toda la casa se llenó del aroma del perfume, pero más allá del olor, el ambiente fue saturado por algo mucho más profundo: la fragancia de un corazón rendido a Dios. Fue una expresión sincera y costosa de adoración. “No ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada” (2 Samuel 24:24).

Judas, calculador como siempre, criticó el acto. Dijo que el perfume podría haberse vendido y el dinero dado a los pobres. Pero Jesús la defendió. Dijo simplemente: “Déjala”. En ese momento, Él dejó en claro que adorar a Dios con un corazón entregado es lo más valioso que podemos ofrecer.

El mayor regalo que podemos darle a Dios no es nuestra productividad, ni nuestra asistencia al templo. Lo que Él realmente desea es nuestro corazón. Una vida rendida en adoración. Una vida que glorifica a Dios entiende que la adoración verdadera tiene un costo. No es superficial, no es mecánica, no es cómoda. Es entrega total. Es amor puro.

Lo que María hizo no solo tocó el corazón de Jesús, sino que quedó escrito para siempre. Su historia ha sido contada por generaciones como ejemplo de lo que significa tener un corazón desprendido, apasionado y verdaderamente rendido ante Dios.

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