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Romanos 12:1 “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.

Por: Marianella Layana de Jácome

Cuando Daniel y sus amigos fueron llevados a Babilonia, enfrentaron una cultura contraria a la de Dios. Aunque todo parecía encaminado a que olvidaran su identidad y fe, ellos decidieron no contaminarse (Daniel 1:8). Su rechazo a la comida del rey no fue solo una elección de salud, sino un acto de consagración total, afirmaron que sus cuerpos, mentes y almas pertenecían a Dios y no serían usados para deshonrarlo.

Daniel era conocido por su vida de oración. Tres veces al día abría las ventanas de su cuarto, se arrodillaba, y oraba al Dios del cielo. Ni la amenaza de muerte pudo detener su vida de intimidad con Dios.

Esto es a lo que se refería Pablo, cuando dice que nuestros cuerpos se presenten como sacrificio vivo. No se trata de un acto dramático, ni de martirizarse o de azotarse. Se trata de una decisión firme y constante de vivir para Dios en medio de un mundo que no lo conoce.

Es maravilloso el impacto que produjo ésto en la vida de Nabucodonosor, El fue testigo de ese sacrificio. Vio la fe de estos jóvenes en el horno de fuego y reconoció que “no hay dios como el Dios de ellos”. La fidelidad de estos jóvenes fue un testimonio viviente.

Hoy vivimos en un mundo que nos presiona con “encajar”, que intenta alejarnos de Dios, pero debemos recordar que le pertenecemos por completo a Él. Al vivir en santidad, integridad y oración, ofrecemos nuestras vidas como un sacrificio santo. Cuando otros lo notan, como ocurrió con Nabucodonosor, podrán ver a Cristo en nosotros y Dios será glorificado.

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