Filipenses 2:15 “para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”.
Por: Nelly Jácome de Pérez
Existe una gran responsabilidad de mostrarnos a las gentes como hijos de Dios, por lo que, actuando o conduciéndonos sencilla e irreprensible mostramos así, a Jesús viviendo en nuestro interior, sellados con las arras del Espíritu Santo. La escritura así lo manifiesta, en 2ª Corintios 3:2 “Nuestras letras sois vosotros en nuestros corazones, sabidas y leídas de todos los hombres”.
Los ojos del mundo, están atentos hasta en los más mínimos detalles, de todo cuando decimos o hacemos: la forma de hablar, las palabras que utilizamos; las amistades que frecuentamos; nuestro vestir; nuestras relaciones familiares, etc.
Si mantenemos nuestra vocación, nada podrán decir que nos avergüence. Por ello es necesario también considerar la exhortación que hace el Apóstol Pablo a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse”. (2° Timoteo 2:15).
Por tal razón, debemos caminar recto, por la línea que se llama justicia, que no nos permite ir a la derecha o a la izquierda y que es la única que nos lleva a nuestro Salvador, asegurándonos estar con él para siempre en su reino y que nuestro testimonio fiel a Dios, pueda impactar a otros a seguir a Jesús.
La obediencia es la marca distintiva del hijo de Dios. Una profesión de fe, ir a la iglesia, orar y leer la Biblia no me hace cristiano. Es si mi vida se adecúa a la voluntad de Dios revelada en Su Palabra (Mateo 28:19-21). Si la obediencia es la marca distintiva del cristiano, podemos afirmar que: “La intensidad y el poder de la luz que refleja mi vida dependerá de mi grado de obediencia a Dios.”
Es mi oración en medio de tanta maldad, que salgamos limpios y justificados, sin nada que nos acuse o que nos estorbe, para lograr llegar a nuestra meta. Ver el rostro de nuestro Salvador y gozar de su dulce presencia, al cual daremos honra y gloria por siempre como Rey de reyes y Señor de señores, Amén.