Apocalipsis 3:5 El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.
Escrito Por Dayse Villegas Zambrano
Las promesas de Jesús en este versículo para los que son fieles no son meramente decorativas. La vestidura blanca, símbolo de la dignidad, de las buenas obras y de la santidad o separación para Dios, es requisito para habitar en la presencia del Padre.
El registro en el libro de la vida es la seguridad de la eternidad con Cristo, y el reconocimiento que nos haga Jesús delante del Padre y de sus ángeles es mucho más de lo que nos atreveríamos a esperar.
Ese desarrollo solamente es posible para el que ha sido salvo y ha lavado sus vestiduras primeramente con la sangre del sacrificio de Jesús. Él nos ha hecho vencedores de antemano. Ahora tenemos que estirar la mano y alcanzar esa victoria. Pero (aquí vienen los peros) hay estorbos para nuestro crecimiento: que aunque Cristo nos ha dado la vida y con ella un nombre nuevo, imperecedero, muchos cristianos andan por este mundo como si estuvieran muertos. Dejan morir los dones que han recibido de Dios. Han dejado de estar vigilantes. Y sus obras, señal de crecimiento, ya no son perfectas delante de Dios.
Para estos casos Jesús tiene un remedio. “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete”. Porque de lo contrario, el día de la venida del Señor llegará y no dará más tiempo a prepararse. Creer en Jesús es vivir preparados para su llegada. Como esas pocas personas en Sardis que se habían mantenido fieles y serían dignas de llevar vestiduras blancas al reunirse con el Señor.
Y este es el punto: la iglesia debe crecer en dignidad, que no debe ser confundida con altivez. Dignidad es mantener un testimonio perfecto delante de Dios, y no tener nada de qué avergonzarse al estar en su presencia. Eso solo lo logra el que vive buscando la presencia de Dios cada día, y es así limpiado y
mantiene actualizada su relación con Dios. No la abandona. No la deja morir, que es la amonestación con la que empieza esta carta. Esto es urgente, porque el Señor viene pronto. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo” (Apocalipsis 3:20).