Efesios 4: 7-8: Pero a cada uno de nosotros se nos ha dado gracia en la medida en que Cristo ha repartido los dones. Por esto dice: Cuando ascendió a lo alto, se llevó consigo a los cautivos y dio dones a los hombres.
Escrito Por: Marianella Layana de Jácome
Cuando éramos unos bebés necesitábamos a nuestra madre siempre a nuestro lado, necesitábamos ser alimentados, aseados, consolados, arrullados, necesitábamos un apoyo para caminar o sentarnos, pero al pasar el tiempo todas estas actividades dejaron de ser responsabilidad de nuestro cuidador y empezamos a hacernos independientes y a ser responsables de nosotros mismos. A los 30, 40 o 50 años no necesitamos de alguien que nos enseñe a caminar, o que nos sujete de la mano, tampoco necesitamos con nos alimenten, o que nos aseen.
Es inaceptable que como Hijos de Dios o como creyentes de muchos años en la congregación sigamos haciendo las mismas cosas que hacíamos cuando recién nos convertimos. No podemos decir que nacimos de nuevo, si pasa el tiempo y seguimos siendo iguales que hace años atrás.
En este pasaje vemos que Jesús nos dio dones y también nos dio cargos, pero no para nuestra vanagloria, sino que todo esto nos fue dado con la finalidad de edificar a los hermanos y ser de bendición para otros, para así poder alcanzar la plena unidad en la fe.
La unidad de la iglesia como hijos verdaderos de Dios la vemos alcanzamos cuando cada miembro tiene conocimiento de Jesús, cuando es maduro y crece. Cuando la unidad de una Iglesia está fallando es porque nuestras congregaciones están llenas de creyentes inmaduros que no se dedican a lo que realmente importa que es el conocimiento de Cristo, sino que se fijan en cosas absurdas, se llenan de resentimientos o rencores, o peor aún el orgullo en sus corazones los hace sentir que merecen un cargo o un trato especial o mejor y que no son estimados.
Si seguimos con niñerías, con pleitos sin sentido. Si no conocemos la palabra, ni maduramos en ella, ni crecemos a la estatura de Cristo, no podemos decir que hemos nacido de nuevo. Fuimos dotados de dones y talentos para la edificación de la Iglesia, para el crecimiento personal y crecimiento de los demás.