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Éxodo 25:22 “Y allí me encontraré contigo, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio acerca de todas las cosas que yo te mandaré para los hijos de Israel.”

Por: Marianella Layana de Jácome

Dios siempre ha amado profundamente a su pueblo. Cuando Israel andaba por el desierto después de salir de Egipto, Dios no solo los guiaba, sino que les dio algo aún más valioso: Un lugar donde Él mismo estaría presente y donde podrían encontrarse con Él, el tabernáculo. Ese lugar era santo porque Dios moraba allí. Todo giraba alrededor del tabernáculo. No era un lugar para distracciones ni para recibir enseñanzas, sino un lugar exclusivo para tener un encuentro íntimo con Dios.

En el lugar más sagrado del tabernáculo, llamado el Lugar Santísimo, se encontraba el propiciatorio, y solo una vez al año el sumo sacerdote podía entrar allí para rociar sangre y así cubrir los pecados del pueblo. Entrar en la presencia de Dios era un privilegio muy limitado. Pero con la venida de Jesucristo, todo cambió.

Ya no necesitamos un tabernáculo físico ni estar en el desierto. Ahora nosotros somos el tabernáculo, porque el Espíritu Santo vive en nosotros. Jesús se convirtió en nuestro propiciatorio (Romanos 3:25), y su sangre fue derramada en la cruz como sacrificio único y perfecto.Cuando Jesús murió, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, mostrando que la separación entre Dios y la humanidad había terminado. Hoy, como hijos de Dios, tenemos el increíble privilegio de acercarnos a Él en cualquier momento y lugar para adorarlo y glorificarlo. Jesús abrió el camino directo al Padre, y gracias a Él, podemos disfrutar de una relación cercana con Dios.

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