Filipenses 2: 2 “completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa”.
Escrito por: Dayami González López
En una de las cartas escritas por Pablo a la iglesia de Corinto, les rogaba a los fieles que estuvieran perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer (1ra de Corintios 1:10). Pero realmente suena como algo casi imposible en nuestra naturaleza humana, mantenerse en un mismo sentir con todo el cuerpo de Cristo, cuando cada uno tiene una manera de pensar, diferentes problemas personales, diferentes prioridades en la vida. Pero si leemos el versículo que le antecede, Pablo les dice que por Dios fuimos llamados a la comunión con su hijo nuestro Señor Jesucristo.
Cuando relacionamos las “demandas” de Pablo para la iglesia, con las palabras de Jesús en la oración que hizo al padre por sus discípulos y por todos los que creerían en Él, podemos ver que el mismo Jesús anhela que tengamos esa unidad y nos ofrece la visión de cómo alcanzarlo. Le pide al padre que los creyentes fueran uno, pero no cualquier unidad, sino como el padre y el hijo eran uno. Una unidad indivisible.
La única manera en la cual podemos ser uno entre nosotros, es si somos uno en Cristo. La única manera en que podemos cumplir la demanda de tener una misma mente, es si aspiramos cada día a tener la mente de Cristo. ¿Podemos presentar alguna excusa para no tener la mente de Cristo? En Filipenses 2.16, La Palabra nos recuerda que ya tenemos la mente de Cristo.
El día de Pentecostés, la Palabra nos vuelve a recordar que estaban todos juntos, unánimes (Hechos 2:1), cuando descendió el Espíritu Santo y los embistió de dones espirituales. El mismo capítulo en el versículo 44 nos muestra como todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común.
Es fácil lograr que un colectivo de personas esté reunido en un lugar. Pero cuando hablamos de unidad en el espíritu, esta no se logrará a menos que todos los miembros de ese cuerpo estén creciendo en una misma dirección, que tengan la misma visión y meta. Viviendo la vida como lo que ya somos, creyentes con la mente de Cristo y guiados por el Espíritu Santo.