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Filipenses 4:17 “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”.

Por: Dayse Villegas Zambrano

Como discípulos de Jesús, hay un fruto anhelado, codiciado, delicioso que, sin embargo, podemos pasar por alto en perjuicio nuestro: el contentamiento. Qué impresionante es encontrar un cristiano que da evidencias de satisfacción eterna en su manera de hablar y de actuar. Son las señales del santo. 

En los primeros años de la iglesia ni la persecución logró robarles a los cristianos el contentamiento. En estos últimos años, la estrategia ha cambiado. El consumismo, el materialismo, la abundancia, la inmediatez, la hiperconectividad, la moda y otros signos de nuestro tiempo nos han atacado de tal manera que es difícil preservar el fruto del contentamiento. 

Estaré contento cuando consiga esto. Cuando llegue la próxima actualización. La nueva versión. La siguiente temporada. La secuela. Cuando mi equipo esté en la final. Cuando mi emprendimiento se afirme. Cuando tenga casa propia. Cuando mi departamento alcance sus objetivos. Cuando me suban el sueldo. Cuando tenga lo que quiero. 

Es abrumador. Es engañoso. Como arenas movedizas, pensamos que solo estamos hasta los tobillos y de repente ya estamos hasta el cuello. Hay un remedio para esto, y es el contentamiento que no viene de tener sino de saber vivir en cualquier situación. Este es un fruto que puede salvarnos la vida y la cordura. Y es producto de un aprendizaje que no es de este mundo. 

“He aprendido”, dice Pablo. El contentamiento se adquiere como una ciencia, como un arte. El arte de vivir agradecidos de Dios, independientemente de la escasez o de la abundancia. “Estoy enseñado”, insiste el apóstol. Y el que puede enseñarnos esto es el Espíritu, cuyo fruto, a veces pasado por alto, es la templanza. 

La templanza encierra moderación, sobriedad y continencia. Saber cuándo detenernos. No perder la cabeza ni ser deslumbrados por lo perecible. Tener dominio propio. Las circunstancias se mueven, nosotros permanecemos firmes en el Señor. ¿Qué está moviendo su alma ahora, qué lo hace sentir abrumado, mareado, sobrepasado o desesperado? Sujétese del Señor, manténgase firme y aprenda de su mano el contentamiento.

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