Génesis 35:10
Y le dijo Dios: Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
Jacob ha cruzado el Jordán, ha vuelto a su tierra, ha traído a su familia, dejando atrás a los dioses extranjeros. Ha llegado a Betel y ha hecho un altar. Ha perdido a Déborah, persona de gran significancia en la familia, la nodriza de su madre Rebeca, venida como ella de Mesopotamia, de Padan-aram. Sus nexos con ese lugar se están debilitando. Está volviendo a la tierra de su nacimiento (Gn. 30:13).
Sin embargo, hay algo en él que no ha cambiado. Ha recibido un nombre nuevo, pero no lo usa. Todos siguen llamándolo Jacob. El relato bíblico sigue llamándolo Jacob. Su transformación no está completa. Dios tiene que venir a recordárselo. En Betel, Dios insiste: Tu nombre es Jacob; no se llamará más tu nombre Jacob, sino Israel será tu nombre. Dios continúa reafirmando la identidad de Jacob, porque un cambio de nombre no basta. Hace falta fe. “Yo soy el Dios omnipotente; crece y multiplícate”. Jacob no logrará esas cosas. Jacob ni siquiera se creerá capaz de lograr esas cosas. Pero Israel que cree en el Dios omnipotente es distinto. Es alguien que persevera y prevalece.
La identidad es importante para el crecimiento. Quiénes somos y en qué creemos son dos de las preguntas más importantes de la vida. A partir de esas respuestas tomamos dirección. Podemos tener crisis y perder la visión de quienes somos, pero nos levantaremos, porque sabemos en quién hemos creído, en el Dios omnipotente. En él está escondido el más profundo secreto de nuestra identidad (Colosenses 3:3). Para crecer necesitamos mantenernos conectados al origen de nuestra identidad, el Dios de todo poder. Y volver constantemente a nuestro origen, aunque como Jacob, hayamos perdido temporalmente el camino.