Hebreos 10:39 “Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
La vida cristiana no puede retroceder ni encogerse, ni siquiera a causa del sufrimiento. Ya que está alimentada por el Espíritu y por la palabra, tiene que florecer y dar fruto y expandirse. Es la naturaleza divina. Dios, siendo eterno y autosuficiente, buscó expandir su reino y creó los cielos y el ejército de ellos, y luego la tierra, y a nosotros.
Tal vez en otro tiempo éramos víctimas de los temores, de la timidez y de la cobardía, y nos encerrábamos en nosotros mismos y en nuestros deseos y nuestras zonas de comodidad. Pero esos rasgos humanos no pueden convertirse en nuestra forma de vida. Son ellos los que deben retroceder y quedar atrás.
La fidelidad se mantiene firme porque tiene la mirada puesta más allá de la gratificación instantánea. Está persuadida de una mejor y perdurable herencia en los cielos (Hebreos 10:34) y un grande galardón (10:35), pero aún más, está esperando al que trae en su mano el cumplimiento de todas las promesas: el que ha de venir, vendrá, y no tardará (10: 37).
¿Cuál es su razón de vivir? ¿Qué lo mantiene motivado? El justo vive por la fe (10:38). Fe en la venida del Hijo de Dios. Por ella es capaz incluso de sufrir con gozo (10:34). Esa motivación no decae, no se desgasta, no falla.