Hebreos 12:11-13 “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
La injusticia puede hacernos sentir impotencia. ¿De qué vale ir a las autoridades, poner la denuncia, seguir un proceso, hacer lo correcto, si todo está diseñado para favorecer a los que hacen lo malo? Es también una particularidad de nuestro tiempo, y una que nos está dando mucho pesar. A quién acudir, en quién confiar, qué hacer. Por momentos perdemos la perspectiva y olvidamos quién es el verdadero proveedor de justicia.
La justicia humana decepciona y paraliza. La justicia que viene de Dios, en cambio, nos ejercita, nos da disciplina, nos pone en acción. El apóstol Pablo nos insta a dejar esa sensación de parálisis que a veces sobreviene de ser testigos de la corrupción del mundo, y empezar a caminar hasta crear una senda recta y amable para nosotros mismos y para los demás.
No será una experiencia fácil. Ser justos en un entorno torcido es para los valientes. “Pero después…”. El apóstol nos anima a mirar más allá. La justicia da fruto, y ese fruto es la paz, y lo cosechan los que la practican.
¡Levantémonos! Creemos hábitos y modelos de justicia para nosotros y para aquellos que vienen detrás, a los que predicamos y discipulamos, para que si alguno estuviese equivocado en algo, sea sanado en el camino y no se pierda.