Hebreos 12:14 “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.
Por: Nelly Jácome de Pérez
Este es un mensaje que nos sacude hasta lo más profundo, porque no se trata de una sugerencia o un consejo opcional; es un mandato que lleva consigo el peso de la eternidad.
La santidad de Dios es un aspecto fundamental de Su carácter. Dios desea—incluso ordena—que Su pueblo busque Su santidad (Levítico 11:44). Imitar un estilo de vida que refleje la santidad de Dios es tan importante.
La vida cristiana es una carrera, un maratón de fe que no corremos solos. Estamos rodeados de una nube de testigos, animándonos, pero también nos enfrentamos a desafíos que prueban nuestra fe y nuestra relación con Dios y con los demás. Al igual que en una carrera, donde es crucial mantenerse firme y no perder de vista la meta, así también en nuestra vida espiritual, es vital buscar la paz y la santidad con determinación.
La santificación se basa en la muerte y resurrección de Jesucristo y en la obra continua del Espíritu Santo que mora en nosotros ( 2 Tesalonicenses 2:13; Juan 3:5-8). Motivados por el conocimiento de que sin santidad nadie verá al Señor, seguimos esforzándonos al máximo por Cristo, luchando por revestirnos de nuestra “nueva naturaleza, creada para ser a la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo” (Efesios 4:24).
Como iglesia, comprometámonos a ser un pueblo que refleja la paz y la santidad de Dios, un pueblo que brilla como una luz en medio de un mundo oscuro, que muestra a todos a nuestro alrededor que en Cristo hay esperanza, hay vida, y hay salvación. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo del poder transformador del evangelio, y que, al final de nuestros días, podamos decir con confianza: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7). Que Dios nos conceda la gracia y la fuerza para vivir de esta manera, para Su gloria y para la edificación de Su iglesia, Amén.