Hebreos 13:15 “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Seamos fieles en la alabanza tal como se la entiende en las escrituras. El texto no presenta la alabanza como una puesta en escena. No nombra la tecnología ni los instrumentos. Ni siquiera nombra a los intérpretes.
En cambio, nombra primero a aquel a quien va dirigida la alabanza. La alabanza pertenece a Dios. Junto a eso, dice gracias a quién es posible que llegue hasta Dios la alabanza: Jesús. Nadie viene al Padre, sino por mí (Juan 14:6). Luego describe la actitud de la alabanza: sacrificial. El diccionario nos ayuda a entender que esto significa que, para que la alabanza sea aceptable, no puede ser en nuestros términos, sino en los de Dios. La alabanza no existe para mi complacencia. La alabanza existe para la complacencia de Dios. El placer que experimento en la alabanza resulta de que el Espíritu le comunique a mi espíritu que mi alabanza ha complacido a Dios. Nunca busquemos darnos gusto con las palabras o cánticos que elevamos. Nunca busquemos dar gusto a otros al construir el programa del culto. Hagamos a Dios el honor de pensar solo en él. Preguntémonos constantemente: ¿esto que hago para alabar a Dios le es honroso?.
La alabanza, dice el autor de Hebreos, es un fruto, un producto que nace de la boca de aquellos que viven confesando el nombre de Jesús en todo lo que dicen y en lo que hacen. Enfoquémonos en ser fieles en el día a día. Una vida fiel produce una fiel alabanza.