Hechos 11:22-24 “Y enviaron a Bernabé a Antioquía, el cual, cuando vino y vio la gracia de Dios, se regocijó y animaba a todos para que con corazón firme permanecieran fieles al Señor; porque era un hombre bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Animar a otros a permanecer en la gracia del Señor se oye muy bien, ¿pero qué pasa cuando no logramos animarnos ni a nosotros mismos?. Bernabé, el hijo de consolación, es descrito aquí como un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Y era un animador. Esta es una figura necesaria en la iglesia, pero vale que no lo confundamos con el animador de nuestros tiempos, alguien que habla alto, juega y hace bromas en las fiestas o espectáculos.
Bernabé, según el texto original, exhortaba a la gente a tener un corazón firme y fiel al Señor. El animador en la iglesia no está tratando de jugar con las emociones del público para lograr un buen ambiente, sino que está hablando a los corazones de los hermanos para ayudarlos a crecer.
Si usted se da cuenta, en un evento, el animador agita la alegría, el ruido, la desinhibición, la risa, la participación. Pero en la iglesia, el animador exalta la firmeza y la fidelidad de un corazón que ha probado la gracia de Dios y necesita permanecer en ella. Ni siquiera necesita un micrófono ni música de fondo. Necesita estar lleno del Espíritu y de fe.
Ese ánimo es el que necesitamos. En un mundo como el nuestro, tenebroso e injusto, en el que las noticias a diario nos dejan entristecidos y preocupados, necesitamos hijos de Dios que nos exhorten y animen a seguir creyendo que el favor de Dios está disponible para todo aquel que cree, que hay esperanza firme en Jesús, que vale el esfuerzo ser fiel.
¿Podemos nosotros ser esos animadores? En este año que empieza, despertemos y fortalezcamos a alguien que nos necesita porque su fe está estremecida y podemos ayudarle a afirmarla.