Hechos 21:13 “Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no solo a ser atado, más aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”.
Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano
Todos sabían lo que pasaría si Pablo iba a Jerusalén. Por eso lloraban, le rogaban, lo abrazaban y lo aconsejaban como mejor podía, para que no fuera. Querían evitarle esos padecimientos, y querían evitarse el dolor de perderlo. Esos hermanos realmente lo amaban. Pero ni con todo su amor y sus lágrimas serían capaces de asegurarle a Pablo una vida sin sufrimiento.
Esta es una realidad que puede ser muy dolorosa de aceptar. Cuánto daríamos por ahorrarle tribulaciones a las personas que amamos, nuestra familia, nuestros amigos, nuestros hermanos de la fe. Y ciertamente es nuestro deber ayudarlos lo más que podamos. Pero un día, la tribulación llegará. Es parte de su caminar, así como del nuestro. ¿Qué podemos hacer? Lucas nos lo muestra en el verso 14: “Hágase la voluntad del Señor”.
Apenas llegó a Jerusalén, Pablo tuvo que enfrentarse al hecho de que los cristianos judíos desconfiaban de él por servir a los gentiles. Por consideración a ellos, tuvo que ir al templo, hacer un voto, pagar la ofrenda y rasurar su cabeza. Y aun así, sus buenas intenciones fueron mal interpretadas. Fue reconocido por enemigos, golpeado y arrestado ilegalmente. Al tratar de defenderse con palabras, los sacerdotes mandaron a golpearlo en la boca. En este amargo momento, el Señor Jesús volvió a presentarse ante él para darle un mensaje: “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11).
Dejamos aquí a Pablo, que va a emprender un largo viaje, para meditar en esto. Si él hubiese hecho caso a los que le rogaban con lágrimas que no fuera a Jerusalén, jamás hubiese llegado hasta Roma. No habría hecho la voluntad del Señor. A pesar de estar preso, Pablo predicó en esa y otras ciudades durante años, y escribió en esa etapa de su vida gran parte de sus epístolas, que ahora son parte de nuestras vidas. Los discípulos entonces lloraban, pero Jesús tenía un mensaje diferente. “Ten ánimo. Es necesario”.
Muchas veces lloraremos al ver el sufrimiento de personas que amamos. Dios lo sabe. Algunas veces podremos ayudarlos, otras, sentiremos que no hay nada que podamos hacer, no tendremos respuesta, no encontraremos las palabras. Pero jamás los desanimemos. Ellos están pasando por su propia angustia, y al vernos debilitados, aumentamos su dolor. Aprendamos a decir, como Lucas: “Hágase la voluntad del Señor”.
No sabemos todos los planes que Dios tiene para nuestros seres queridos. Ni siquiera sabemos todo lo que tiene preparado para nosotros. Pero demos crédito a estas palabras: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11). Ante la adversidad, unámonos en esa esperanza.