Hechos 2:44-47 “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.”
Escrito Por: Ericka Herrera de Avendaño.
La Iglesia primitiva nos sirve como un poderoso ejemplo de crecimiento y multiplicación en unidad. Los primeros creyentes estaban unidos en su amor por Cristo y en su compromiso mutuo. Compartían todo lo que tenían, no por obligación, sino por el genuino deseo de suplir las necesidades de sus hermanos y hermanas en la fe. La unidad era su distintivo. No solo se reunían en el templo para adorar juntos, sino que también se encontraban en los hogares para partir el pan y tener comunión. La alegría y la sencillez de corazón impregnaban cada encuentro, y su alabanza a Dios era constante. Esta unidad profunda y auténtica fue un testimonio poderoso para aquellos que los rodeaban.
La Iglesia creció y se multiplicó de manera sorprendente. El Señor añadía diariamente a aquellos que eran salvos. La unidad en la iglesia no solo atraía a nuevos creyentes, sino que también fortalecía y edificaba a los creyentes existentes. La comunidad de fe era un lugar donde cada persona se sentía valorada y cuidada, lo que permitía que el cuerpo de Cristo creciera y se fortaleciera.
Hoy en día, como seguidores de Cristo, también somos llamados a buscar la unidad en nuestra iglesia. La unidad no significa uniformidad, sino un corazón dispuesto a amar, servir y compartir con los demás. Es un compromiso de cuidar y suplir las necesidades de nuestros hermanos y hermanas en la fe. Cuando la Iglesia se une en amor y servicio, se convierte en una fuerza transformadora en el mundo. Nuestro testimonio de unidad y amor auténtico puede atraer a otros a Cristo y fortalecer a aquellos que ya creen.
Oremos para que seamos una Iglesia que crece y se multiplica en unidad, siguiendo el ejemplo de los primeros creyentes. Que busquemos la unidad en nuestras iglesias y aprendamos a vivir en amor y servicio, reflejando el amor de Cristo a los que nos rodean. Que Dios nos bendiga en este propósito y nos guíe en el camino de crecimiento y multiplicación en unidad. Que nuestra comunidad de fe sea un refugio de amor, alegría y cuidado mutuo, a fin de que el Señor añada diariamente a aquellos que deben ser salvos, en el nombre de Jesús, amén.