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Hechos 27:24 “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo”.

Escrito Por: Dayse Villegas Zambrano 

Esta es una historia de vientos contrarios. Pese a que las condiciones del tiempo advertían que no había que viajar, los que transportaban a Pablo hasta Roma decidieron continuar con la navegación. Pero no le hicieron caso hasta que los alcanzó Euroclidón, el ciclón del este, viento acompañado de tormenta, y tuvieron que resignarse a naufragar. 

Pablo indudablemente oró, pero la respuesta no fue que nada malo sucedería, sino que la nave sería destruida, y sin embargo, Dios había escuchado su oración y le había concedido su vida y la de todos los que iban con él.  Muchas adversidades nos dejan, como a Pablo y a la tripulación, sin puerto y sin piso. Incluso sin deseos de comer. Lucas, acompañante de Pablo, explica que llevaban 14 días sin comer, y el ánimo de todos estaba deprimido. “Pero esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo”, dijo el apóstol. Y añadió: “Yo confío en Dios que será así como se me ha dicho”. 

Miremos la actitud de los marineros. Fingieron asegurar las anclas, echaron el bote salvavidas al mar e iban a fugarse, dejando atrás a los demás.

Miremos la actitud de los soldados. Temiendo que los presos se fugaran nadando, se pusieron de acuerdo para matarlos. Y miremos la actitud de Pablo. Antes del naufragio, imitó a Jesús en su última cena antes de morir. Tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y empezó a comer, animando a todos. 

Junto con nosotros, hay un hombre observando todas estas cosas. El centurión evitó que los marineros escaparan e impidió la matanza de los presos, porque quería salvar a Pablo. Y junto con él salvaron su vida en ese día 276 personas. 

Nosotros, la iglesia, donde estemos, somos agentes de salvación. Tenemos esta mentalidad: Donde vamos, va el Señor. Esto incluye las épocas inciertas y turbulentas de la vida, cuando el naufragio está a la vista, los ánimos de todos están por los suelos y cada grupo busca salvarse primero o a costa de los demás. Incluso si estamos sufriendo, estamos convencidos de que nuestra misión en la tierra no es salvarnos solos, sino extender esa salvación a todos los que están a nuestro alrededor. Mire qué promesa recibió Pablo: “Dios te ha concedido a todos los que navegan contigo”. Pero para que eso ocurriera, era necesario que Pablo hiciera ese peligroso viaje hasta César. 

Animémonos hoy a seguir testificando en medio de las adversidades, pues tal vez es necesario para la salvación de los que están con nosotros. El Dios que hizo esa promesa sigue siendo el mismo hoy.

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