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Isaías 60:1 Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.

Escrito Por Dayse Villegas Zambrano

El impacto de una iglesia sana y creciente empieza por la transformación de los que creen. Sus prácticas y su manera de pensar cambian. Lo que antes atesoraban ya no les es amado. Hay confesión y rendición de cuentas. Hay transparencia.

Un cuerpo que esconde una enfermedad no le hace ningún favor a su dueño. Lo mejor es que en cuanto haya algo que no esté bien, nos enteremos y busquemos cuanto antes el remedio. 

Cuando Pablo llegó a Éfeso, y se hizo notorio el poder de Dios en su ministerio, mucha gente creyó, y una de las primeras señales de esa conversión fue que la gente salió a la luz (Hechos 19:18-19). Se pusieron a cuentas con Dios. Algunos practicaban en secreto la magia y habían coleccionado libros sobre este tema, y en una época sin imprenta, en que los libros eran objetos de gran valor, preservados en vasijas, los trajeron y los quemaron en público. 

Esos libros costaban cincuenta mil piezas de plata. Por Jesús, los judíos dieron treinta. Mientras hacemos el cálculo mental de la cantidad de dinero que esas personas habían dedicado por años al ocultismo, pensemos también en la enorme liberación que experimentaron ese día, el peso que se quitaron de encima. 

Los pecados ocultos no permiten crecer. Una iglesia que crece y se multiplica no tiene reparos en hacer rendición de cuentas y echar por la borda cargas innecesarias e incluso peligrosas, infames, mortales (1 Juan 1:9). 

Este cuerpo no debe albergar secretos, no hay oscuridad en Dios. El que se esconde, es porque no quieren que sus obras salgan a la luz, porque son malas y no quiere dejarlas. ¡Busquemos la luz! Si hay que confesar, abandonar y perder aquello en lo que insensatamente invertimos nuestro tiempo y recursos, hagámoslo. Liberémonos para crecer como iglesia.

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