Juan 14:16-17 “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
Cuando Jesús fue llevado por el Espíritu de Dios al desierto, la estrategia incluyó un prolongado ayuno. ¿Qué tal somos para ayunar? Reflexionemos en esto, es muy interesante e importante para nosotros.
Recordemos a Elías, quien caminó 40 días después de ser alimentado por Dios. Jesús, a la inversa, ayunó 40 días antes de estar listo para enfrentarse a la tentación. Ese es un ayuno preparatorio, un ayuno en el Espíritu, un ayuno con propósito.
No somos exitosos en el ayuno (no como Jesús) porque lo hacemos a nuestra manera (quiero conseguir de Dios esto o lo otro). Y si no conseguimos, lo abandonamos. O tal vez como Elías, dejamos de comer y dormir porque estamos en gran angustia y desesperación.
Pero un ayuno llevado por el Espíritu de Dios, tiene un diseño y un propósito, no de debilitamiento, sino de fortalecimiento. No es una desconexión de las necesidades físicas. Jesús sintió hambre no incapacitante después de los 40 días. Es un reconocimiento de nuestras necesidades físicas sin que estas nos dominen, ni determinen nuestra conducta.
En ese estado de alta conciencia espiritual, mental y física, Jesús fue abordado por el tentador, quien debe haber pensado que para él las condiciones eran las mejores posibles: un Jesús hambriento, sediento, débil, delirante, sometido a la tortura del desierto. Encontró todo lo contrario. El diablo, con toda su astucia, subestimó el estado de un hombre llevado, preparado y fortalecido por el Espíritu de Dios.
No digo que Jesús no sintió la dureza de las tentaciones frente a él, escogidas a la medida por el diablo. Digo que previendo todo esto, el Espíritu preparó personalmente a Jesús durante 40 días, y lo hizo con la finalidad de ganar. Y una de sus armas fue ese ayuno planificado por el mejor estratega, el Espíritu de Dios.
Perseveremos en seguir el ejemplo de Jesús y dejemos que el Espíritu sea nuestro preparador, nuestro acompañante y nuestro Paracleto. Busquemos la presencia de Dios, con la seriedad de quien sabe, si hoy, le espera su próxima prueba. ¿Quién más puede garantizarnos una vida de victoria?.