Juan 15:1-2 “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto”.
Por: Dayse Villegas Zambrano
El año pasado, el árbol de mi casa dio mangos por primera vez. Lleva casi tanto tiempo como nosotros aquí, así que bien pudo haber sido su octavo o noveno año. La persona que lo sembró, que es muy práctica, había anunciado poco antes, que si la situación no cambiaba, iba a cortarlo. ¿Para qué iba a estar ocupando espacio? No se la pudo convencer de lo contrario, así que sobre el mango pesaba una sentencia. Al poco tiempo, dio unos cuantos mangos y se salvó. Este año, sin embargo, aseguró su permanencia en la casa dando una cosecha abundante.
El reino de Dios es… como una viña, con una todopoderosa vid y numerosísimos pámpanos, atendida por Dios el Padre en persona, y alimentada por la vida y obra de Jesucristo. El Padre, dijo Jesús, está obrando en nosotros. Su labor es de poda y limpieza. Examina los pámpanos y quita los que no llevan fruto, y limpia los que sí tienen fruto, para que lleven más fruto. El ojo del labrador está en el fruto que le indica qué pámpanos están conectados a la vid y cuáles no.
El Padre está obrando en su viña. La buena noticia es que ya nosotros hemos sido limpiados por la palabra que Jesús nos ha hablado (Juan 15:3). ¿Qué nos queda? “Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. En otras palabras, ¡no nos volvamos perezosos ni bajemos la guardia! Aferrémonos a Jesús.
Estar conectados con la fuente de la vida nos asegura ser productivos y limpios. Oremos en este día: Padre, obra en mí. Límpiame para que lleve más fruto. Señor Jesús, permanezco en ti. Que tu santo Espíritu siga produciendo en mí más fruto.