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Juan 15:5 “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

Por: Dayse Villegas Zambrano

Jesús también apreció la figura del árbol que da buen fruto y, además, mucho fruto. Él anunció que nada menos cabía de esperar de alguien que permanece en él. Imposible estar en Jesús, la vid, y no dar resultados. 

Jesús espera resultados, a menudo usó en parábolas el ejemplo de un campo del que el dueño espera mucha ganancia. En alguna ocasión, teniendo hambre, se acercó a una higuera, y se decepcionó profundamente de encontrar solo hojas pero ningún fruto, al punto de condenarla a una esterilidad permanente (Marcos 11:12-14). 

Es muy curioso este pasaje, porque ni siquiera era tiempo de higos. ¿Qué esperaba Jesús encontrar? La respuesta es que Jesús espera mucho. No nos confiemos de que su gran paciencia, bondad y humildad son señales de que él se conforma con poco o nada. Incluso cuando solo había unos cuantos panes y peces, él los recibió para transformarlos en miles. 

El señor de la parábola de los talentos no esperaba lo mismo de todos sus sirvientes, en cuestión de cantidades, pero esperaba mucho de cada uno de acuerdo a lo que les había dado, que duplicaran o multiplicaran lo recibido. Esperaba diligencia. Nuestro fruto debe ser diligente y abundante. ¡Aunque parezca que “no es tiempo de higos”! Cambiemos el ‘después’, el ‘otra vez será’, el ‘déjeme pensarlo’ cuando se trata de ponernos a dar fruto, porque en este asunto estamos, literalmente, contra el tiempo. 

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