Juan 3: 16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Escrito por: Dayami González López
Experimentar desaliento en medio de nuestro caminar espiritual, es un evento que nos ha acontecido a todos alguna vez. Es en esos momentos, cuando nos preguntamos ¿por qué seguimos esforzándonos en continuar en el proceso? ¿Por qué servimos a Dios? ¿Por qué nos hemos guardado del mal?.
Muchas personas son motivadas a obedecer a Dios por miedo a ir al infierno; otras sólo asisten a la iglesia porque es un excelente club social, ven a sus amigos, se reúnen con sus familiares; otros sólo sirven a Dios en la iglesia porque ya adquirieron un compromiso con el pastor, o con los líderes; otros viven vidas piadosas, por la paz que encuentran por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Pero vayamos un momento al día de la crucifixión. Unas horas antes de ser crucificado nuestro Señor estaba literalmente, sudando lágrimas de sangre, este evento sólo tiene lugar en una persona que está sometido a un stress o un dolor físico muy grande. La tarea era sin lugar a dudas dura, a tal punto que Jesús le pidió al padre que, si era su deseo, pasara de Él esa copa; pero eso no lo llevó a tomar un atajo.
Jesús pudo haberle pedido a un ángel que muriera en su lugar, quizás a ese mismo ángel que le alimentó tras atravesar los 40 días de ayuno en el desierto. Pero nuestro Señor se humilló hasta lo sumo. Ya en el madero, en el evento más crucial de la historia, fue su amor, que lo hizo permanecer en esa cruz y aguantar el dolor físico, la humillación de quienes vino a salvar, la separación de su padre al cargar el pecado de la humanidad. Unos clavos no podían detenerlo, la muerte no le tomó la vida. Él la puso por amor a nosotros. Fue el amor a nosotros y la obediencia al padre lo que hizo a Jesús derramar su valiosa sangre en el Monte Calvario. No hubo otra motivación, porque Él era inocente, no merecía ese lugar.
Seamos recíprocos, sirvamos y obedezcamos a Dios, no por las bendiciones que pueda representar, no para que nos vean y aplaudan. Hagámoslo por amor a Él, porque sólo esta será la manera en que podremos resistir cuando no obtengamos el apoyo y aprobación de los que nos rodean.