Juan 4:28-29 “Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?”.
Por: Marianella Layana de Jácome
La historia de la mujer samaritana es una de las más conocidas, con un mensaje profundo y realmente transformador que se narra en los evangelios. Una mujer marcada por el rechazo social, amargada por su pasado, se encuentra con Jesús junto al pozo. Allí, en una conversación directa, Jesús le revela lo que nadie más sabía, le confiesa que Él es el Mesías.
Y cuando ella lo reconoce como el Cristo, algo cambia para siempre en ella, dejó el cántaro en el piso, y el agua que necesitaba para sus necesidades cotidianas se volvió irrelevante. El agua que realmente satisfizo su necesidad fue el agua viva que es Jesús mismo. Pero ella no se quedó con esa experiencia guardada en su corazón, ella corrió y glorificó a Dios con su testimonio. Corrió a su ciudad, habló con libertad y valentía, y muchos creyeron por lo que ella dijo. Su adoración no se basó en una canción, ni en una oración larga, sino fue su vida transformada que proclamó: ¡He encontrado a Cristo!.
¿Què “cántaros” necesitamos dejar atrás para poder correr y proclamar lo que Cristo ha hecho en nuestra vida? Esa es la verdadera esencia de la adoración que glorifica a Dios, reconocer a Jesús como el Cristo nuestro Salvador y proclamarlo con nuestra vida por donde sea que vayamos. Al igual que la mujer samaritana, debemos dejar atrás todo aquello que nos distrae y que no nos permite glorificar a nuestro Padre celestial con nuestra vida.